Hijos de la misma Madre - Málaga Nocturna

Hijos de la misma Madre

"Yin Yang Wolves" por Sunima



La media luna brillaba alta en el cielo cuando dos sombras se deslizan en la oscuridad de la noche. Deambulan por el sendero serpenteante de un bosquecillo, algo apartado del pueblo, donde las ramas y hojarasca crujen a su paso. En el silencio de la noche solo se pueden escuchar sus pasos y el crepitar del fuego de sus antorchas, que acompañan en luz al fulgor de la luna.

一¿Dónde nos dirigimos, hermana?一 pregunta la voz joven de una de las sombras, una chica encapuchada que coge del brazo a su acompañante, años mayor que ella.

La otra figura, de aspecto mucho más maduro y reflexivo, le aprieta suavemente la mano. Parece no escuchar su pregunta, pues su respuesta poco tiene que ver:

一Recuerda los valores que siempre te hemos enseñado, pequeña. Contempla todo a tu alrededor, observa a los animales escondiéndose, mira sus ojillos brillando en la oscuridad; respira el aire fresco de los árboles, siente el viento acariciando tu piel; mira arriba, allá en el firmamento, todo ese manto de estrellas que nos cubre y nos alumbra, que nos recuerda que no estamos solos. Todo esto es gracias a la Madre, lo sabes, ¿verdad?

一Claro que sí, hermana...一responde la chica, sin saber muy bien a dónde quiere llegar, pero intrigada por averiguarlo.

一En este mundo, todo tiene su papel. Esos animales nocturnos que escuchas, tienen su función, el viento que mece las hojas de los árboles también, incluso los frutos que ves maduros en el suelo. Todo se mantiene en un perfecto equilibrio. ¿Sabes cuál es nuestra función en este mundo?

一¿Mantener el equilibrio?

La mujer sonríe bajo su capucha, sus ojos brillan ligeramente en la oscuridad, reflejados en el fuego de la antorcha. Su rostro lo recorren los surcos de la edad, todavía se intuye una figura fuerte y ágil, aunque su cabello ya empieza a teñirse de blanco con el paso del tiempo.

一Exacto, pequeña. Nosotros protegemos ese equilibrio. Nuestra función es proteger la vida, sea cual sea la forma de esta.

Dicen que el mundo es cruel y duro, y no te mentiré, es cierto. Pero precisamente porque el mundo es así, nos necesitan ahora más que nunca. Poco a poco se están perdiendo los valores que nos definen como especie; nos hemos vuelto mezquinos, desconfiados, atacamos a dentelladas aquello que tememos o no logramos comprender escudándonos en la protección. Tenemos miedo de amar, de sentir y perdonar, pues tememos ser traicionados y sufrir… Pero el sufrimiento es parte de la vida, pequeña, y tenemos que aprender a vivir con ello, aceptar consuelo y ayuda hasta superarlo, pues para eso estamos tus hermanos y hermanas. Amar, perdonar, sentir, sufrir, eso es lo que nos hace sentir vivos, lo que nos permite seguir adelante sin caer en la oscuridad, pues esta se aprovecha de nuestros temores, se alimenta de ellos para hacernos débiles y ella más fuerte. Por eso somos importantes, porque recordamos a los nuestros lo que es la compasión, el perdón, la caricia cálida de la Madre cuando el frío asola sus corazones, su luz cuando la noche es más oscura que nunca. Si olvidásemos esto, si sucumbiésemos en el odio, a la destrucción de lo incomprendido, estaríamos completamente perdidos. No lo olvides nunca, pequeña.

La niña atendía a cada palabra en el más absoluto de los silencios, eran enseñanzas que había escuchado miles de veces atrás. Aún estaba aprendiendo y aún era joven y muy inexperta, no era consciente de la importancia que tenían las palabras que su hermana le repetía.
Se acercaban cada vez más a su destino. A lo lejos ya se vislumbraba la silueta de una gran capilla hacía años abandonada, la chica la reconocía. Cuando era mucho más niña, contaban historias de terror acerca de esa capilla, sobre fantasmas y monstruos sedientos de sangre de niños que se perdían en el bosque. Sabía que todos esos cuentos eran habladurías, pero no pudo evitar que su corazón se acelerase por un momento.

Conforme se acercaban a la capilla, un nauseabundo olor acudió a las fosas nasales de la muchacha, que enseguida sintió cómo se erizaba toda su piel, como algo en su interior arañaba y rugía. Era el aroma dulzón de la muerte, el hedor a putrefacción, a algo sucio y corrupto, se colaba en lo más profundo de sus pulmones y le revolvía las entrañas de una manera visceral y casi violenta.
La mujer lo notó y volvió a apretar su mano con afecto. Le dedicó la más dulce de las sonrisas y prosiguió con su lección:

一 Eso que sientes es normal, pequeña. Nuestra es la compasión, criatura, pero también lo es la rabia. Abrázala, siéntela y aprende a convivir con ella, sin dejar que te domine.

La chica asintió y apretó con fuerza la mano de su acompañante, que la acompañó el resto del camino hasta llegar a la capilla, que en la negrura de la noche se antojaba enorme y tan alta que tapaba la luna. Su sombra era larga y estirada, sus paredes parecían negras, fundidas con el velo nocturno, era una visión sobrecogedora. Desde el interior, escucharon un quejido. Por primera vez, la sempiterna sonrisa dulce de la mujer más madura, se torció y tornó su expresión a una de concentración.

一 Mantente tras de mí一le dijo, prácticamente, le ordenó. La muchacha asintió y retrocedió un par de pasos.

Las manos de la mujer se posaron sobre la puerta y con un suave tirón, las abrió. Su bienvenida fue una bofetada del terrible hedor que percibían metros atrás. La chica sintió todo su ser revolverse de una manera tan fuerte, que tuvo que doblarse abrazándose el estómago, en una angustiosa arcada que convulsionó todo su cuerpo y no parecía tener fin.

En el interior de la capilla solo se podía percibir por la poca luz que entraba una figura desmadejada en el suelo. Se movía rítmicamente, su profunda respiración retumbaba en el eco de la capilla en una especie de gruñido primitivo que calaba en los oídos de las recién llegadas. Su cuerpo, antaño humano, ahora presentaba múltiples deformidades, extremidades que se torcían en ángulos imposibles y que variaban en tamaño y forma. Su cabeza estaba aún cubierta por escasos mechones de pelo, pegados a la piel bajo una fina capa de sudor que reflejaba la luz. Un rastro de una sustancia negra salpicaba el suelo de la capilla y llevaba hasta Eso. La mujer dio un par de pasos hacia la criatura, que se giró para mirarla, torciendo la cabeza de una manera que desafiaba toda ley de la física. Sus ojos refulgían con un odio profundo y visceral que sobrecogía el alma, su boca estaba abierta, mostrando una hilera de irregulares colmillos cubiertos de una espesa baba que caía por la comisura. Su expresión era puro odio y pura clemencia, pero aún guardaba algo de humanidad.

一Pero qué te han hecho, amigo mío...一susurró la mujer, sobrecogida por tal visión. Avanzó sin temblarle siquiera el pulso, sin dudarlo. La criatura retrocedió, con una mezcla de miedo y también vergüenza. Ella no detuvo su aproximación, llegó a su lado y tendió una mano hacia delante muy lentamente.

Ese espacio de tiempo hizo que el corazón de la joven, lejana espectadora de la escena, se encogiese en un puño, casi sintió como todas sus pulsaciones paraban de golpe, contuvo el aliento hasta que por fin, la yema de los dedos de su hermana rozaron la resbaladiza piel de la criatura, que se mantuvo inmóvil.

一Siento tanto verte así… siento mucho no haber estado aquí...一comenzó a lamentarse la mujer. La criatura emitió un sonido similar a un sollozo, pero mucho más grave y rasgado, sus ojos inyectados en sangre se tornaron vidriosos一. No te merecías esto...一prosiguió hablando la mujer, con un tono tranquilizador y dulce, pero cargado de amargura y melancolía一. Debí haberte visitado más, no dejar que la soledad te consumiera…

La criatura comenzó a temblar, se encogió y siguió sollozando de dolor. El hedor a putrefacción y corrupción no hacía más que aumentar, tensando a la joven que empezaba a perder la paciencia en el umbral de la puerta de la capilla. Ella podía sentir su dolor, su desesperación porque pusiera fin a ese sufrimiento. La criatura que le había causado repulsión y miedo ahora solo le inspiraba pena y comprensión. Quizás a esto se refería su hermana cuando hablaba de la compasión, por eso estaban ahí, para curar a esa criatura del mal que poseía su cuerpo. Tenían que buscar una solución ya, antes de que no hubiese marcha atrás.

一Yo haré que desaparezca el dolor, no dejaré que sucumbas, no del todo一dijo la mujer. De entre sus ropajes la joven vio que deslizaba una hoja metálica que brillaba con la luz de la luna. La mujer la alzó sobre su cabeza y la hizo descender en un movimiento rápido, certero y letal. Los desesperados sollozos de la criatura cesaron. Su cuerpo fue deshaciéndose poco a poco, mientras el olor a muerte desaparecía aunque permaneció en el ambiente.

Unas lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de la chica, sobrecogida por la escena. La mujer se levantó de nuevo y caminó hasta ella, pero no se detuvo a su lado, sino que siguió andando hacia el exterior, haciendo que la chica tuviese que correr un poco para alcanzarla y ponerse delante de ella.

一¿Por qué lo has hecho?一le increpó, con la voz rota一Era tu amigo y lo has matado. Estaba enfermo y te necesitaba. ¿Dónde quedaron la compasión y el perdón que predicabas? ¿¡Dónde!?一le plantó cara.

La expresión de su compañera permanecía impávida, aunque sus ojos reflejaban una terrible y profunda pena.

一Poco quedaba de mi amigo ya, pequeña. Nada que se pudiera salvar; cuando un alma sucumbe de esa manera, ya no hay vuelta atrás一respondió, secando las lágrimas de la muchacha一. Nosotros también purgamos la infección, hermana. También limpiamos y purificamos. Nuestra es la compasión, pero seguimos siendo los Hijos de Gaia. Y como hijos, defenderemos y protegeremos a nuestra Madre, pase lo que pase.

La mujer abrazó a la muchacha, que lloró desconsoladamente, sin poder quitar de su cabeza la imagen de ese ser que una vez fue humano y amigo, al que una vez juró proteger y cuidar, y al que había fallado.

No hay comentarios.

Con tecnología de Blogger.