Mi última noche - Málaga Nocturna

Mi última noche



No pude creer hasta verlo.

Los susurros en la noche cada vez eran más fuertes. Mi habitación, mi baluarte de seguridad e intimidad había sido invadido. Desde la cama podía observar toda la estancia, ya que temía que en cualquier momento el pomo de la puerta se girara y se abriera, para mostrarme algo que mi mente no podría asimilar.

La ventana estaba totalmente cerrada y aun así las cortinas a veces se movían. Me surge la tentación a mirar debajo de la cama. Me asomo cada dos por tres desde debajo de mis sábanas para observar la habitación sin atreverme a mover apenas un centímetro mi cuerpo: oscuridad y nada más.

Estoy demasiado acelerada para pensar en nada coherente. Quizás levantar la voz intentando llamar a mis padres pueda ser la luz que rompa la oscuridad para ver mañana un nuevo amanecer. Quizás mi perdición.

Me vuelvo a asomar para ver en medio de la oscuridad las pequeñas sombras que proyectan mis libros, figuras u objetos que tengo repartido por toda la habitación. Mi imaginación juega con esas sombras dándoles formas terroríficas, haciéndome huir de nuevo bajo las sábanas. Y esa voz, que suena en mi cabeza todas las noches desde hace varias semanas vuelve a dirigirse hacia mi desde los susurros perturbadores del silencio y la calma:

“Ven a mí”.

Me estremezco y tiemblo, pero debo dar un paso. No puedo estar acobardada el resto de mi existencia, no puede repetirse esto cada noche, no puedo vivir así. ¿Pero a quien puedo acudir? Todos me tomaran por una loca a la que encerrar, por alguien que puede ser un peligro para los demás. ¿Y si me llevan a un sitio alejado de todos mis seres queridos? ¿Y si me dicen que estoy en un lugar seguro pero la voz me sigue allá donde voy? No puedo arriesgarme a quedarme sola.

Con un último acto de valentía y de forma lenta y sigilosa, comienzo a salir de debajo de la fina tela que no entiendo por qué mi instinto cree que me va a salvar la vida por esconderme debajo de ella. Es poner el pie en el frio suelo y escuchar ese grito en mi cabeza.

Grito yo a coro del susto, me pongo de cuclillas cubriéndome la cabeza, esperándome lo peor. Siento mucho frio y no es época de este tiempo. Abro los ojos con temor, una figura se mueve dentro de la habitación de forma rápida. La pierdo enseguida el rastro.

- ¡Espera! – digo en voz alta y la intento seguir. Es como si hubiera atravesado la puerta.

Salgo de mi habitación y no estoy en mi casa. ¿Cuál es este lugar? ¿Qué estoy haciendo? Las paredes son viejas, el suelo está totalmente destartalado y se respira una atmósfera viciada y sucia, como si el lugar llevara mucho tiempo abandonado. Casi en penumbras, ando descalza, sintiendo cada pliegue del suelo envejecido o mal colocado, cada molestia punzante perdiendo la concentración en mi entorno. En penumbras, tanteo una salida, pero cuanto más avanzo, todo está más oscuro.

Comienzo a sentir presión en el pecho, no me gusta esta situación. Mi respiración se acelera y es obvio que mi ataque de ansiedad se escucha desde cualquier rincón de la sala. En medio del bloqueo intento pedir ayuda:

- ¿Mamá? ¿Papá?

No hay respuesta y eso no mejora mi situación. Me echo a llorar pidiendo irme a mi casa, pidiendo que alguien me ayude. Me siento rota en ese momento, sin esperanza por nada. Todo es demasiado duro.

Es cuando siento una mano en mi hombro. Una mano que me tranquiliza que me hace girarme y contemplar algo que no podría describir o ni tan siquiera contar. Me quedo clavada en el sitio y siento como aquello se inclina hacia mí, como intenta verme mejor. Su horrible y gran mano se pone delante de mí y me pellizca la nariz, como si de un juego se tratara. Me quedo clavada en el sitio bloqueada por el terror, sin saber cómo reaccionar.

Ella tira y comienzo a sentir un terrible dolor. Intento resistirme, pero no puedo hacer nada. Entonces suena algo desplomarse detrás de mí y me suelta. Me giro para intentar huir en medio de la penumbra y en un atisbo entre las sombras, me veo a mi misma, tirada en el suelo, pálida, con cara de sorprendida, sin vida…

“Me quiero ir a mi casa”, es lo único que mi mente puede producir en ese momento.

Vuelvo a girarme hacia ella que me mira burlona desde su altura, con una sonrisa diabólica que resalta toda la hilera de sus afilados dientes. Se prepara para abalanzarse sobre mí. Me quedo bloqueada, comprendiendo que es mi fin, que esto no es una pesadilla. En los sueños no se siente dolor ni sufrimiento. Todo es demasiado real.

“Me quiero ir a mi casa”.




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