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Mitad perdida. Mitad encontrada
¡Y qué poco conocía a mi hermana! Descubrí. Qué poco conocía a mi propia hermana. Pero más aún… Qué poco me conocía a mí mismo. Qué poco supe ver que me estaba enamorando de ti. Cada vez que compartíamos un cigarro, o nos pasábamos hasta el alba hablando y llorando, qué poca cuenta me daba de que lo que sentía por ti no era lástima. Era piedad. Era gratitud. Era amor.
Y sí. El día que Ruth desapareció, ella se llevó consigo todo aquello de mí que realmente merecía la pena. Me quedé en lo que recogiste entre tus manos: un niño aterrado y muerto de dolor. Pero no fueron mis recuerdos. No fueron mis padres. Fuiste tú quien me reconstruyó. Y a día de hoy, aún pienso que lo hiciste a costa de ti misma. Yo te acompañé por el peor camino que podríamos haber elegido. Y cuando me cogieron… Cuando me encerraron lloré. Lloré muchísimo. Lloré porque cuando intentaba pensar en mi hermana, en que su desaparición, en que ella, tenían la culpa de que hubiese caído tan bajo… se me nublaban los ojos y veía en el suelo tu figura temblando por el mono, sola en aquel piso que nos agenciamos. Lloraba porque te dejé sola en un campo de espinas al que yo mismo te guié sólo por mi dolor.
Dos años necesité, después de 8 años de cagarla, para darme cuenta de la terrible, profunda y sencilla verdad: Nos quedamos sin tiempo. Nos quedamos sin jodido tiempo. Y sabe Dios cuánto te amaba, y te amo. Y sabe Dios que todo aquello que perdí hace 10 años lo recuperé en tus ojos, en tus manos, en tus abrazos.
Una segunda oportunidad. Una segunda oportunidad para dejar de cagarla, eso es lo que recibí. Así que… si sobrevives a esta noche. Si decides sobrevivir a esta noche, porque no puedo exigírtelo mi amor… si lo haces te prometo que no volverás a dormir en la calle. Que siempre tendrás un sitio al que regresar. Que seré un buen hermano… de una vez.
El mundo me arrebató a una hermana. Pero el destino me regaló otra.
Te quiero.
Guille.
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