MIREYA. NARRADOR MÁLAGA NOCTURNO. - Málaga Nocturna

MIREYA. NARRADOR MÁLAGA NOCTURNO.




Suave, blanca y lisa como el mármol, la esbelta espalda terminaba en una larga cascada de raso negro que caía hasta el suelo. La amplia cola del vestido zigzagueaba con el vaivén de sus caderas sobre el paseo del Muelle Uno en un movimiento continuo e hipnótico. Sus brazos, perfilando su figura, parecían levitar junto a ella siguiendo sus pasos.
Si hubieras estado allí esa noche, habrías visto su magnífica mandíbula esculpida en uve, sus pómulos redondeados y el maravilloso arco de cupido de sus labios. Pero todo ello habría quedado velado por la mirada de la mujer, enmarcada en pestañas tan negras como el azabache. La mirada de alguien que no se encontraba allí, sino lejos, muy lejos de esa Málaga nocturna.


Ella se hallaba a muchos kilómetros de allí, de vuelta a su juventud y al principio de todo. Solía rememorar esos años en los que acompañaba a su padre cruzando España, recabando información como enviado especial del rey. Conoció ciudades, personas y culturas en choque. Por aquel entonces era tierna. Creía en la gente como buena católica y obedecía paciente y dócilmente, como era de esperar.
Todo eso cambió con la llegada de él. Una caída de mirada fue suficiente para que el galán se acercara al tenderete de libros antiguos en el que ella rebuscaba. Hacía apenas un par de horas que el sol se había excusado y partido, y solo quedaban algunos rezagados en las calles. Entre los intereses de la joven: herboristería, anatomía, alquimia… un amplio abanico de textos poco apropiados para una dama. Normalmente le habría urgido la necesidad de taparlos, de ocultar todos esos libros que delataban no ser quien debía; pero los movimientos del hombre la tenían cautiva, extasiada.
- ¿Sabes leer? - pregunta él, mientras examina cada detalle de la joven.
- Por supuesto, señor. Mi padre confía en mí para ayudarle en sus labores. No podría hacerlo si no supiera juntar un par de letras.
El hombre acerca indecorosamente sus labios al oído de ella y recita una frase corta; luego se aparta un instante y con el movimiento llega una bofetada de ella, que sonrojada lo despacha y se aleja ruborizada.

Un par de horas después, golpecitos en la ventana. Estaba leyendo en su pequeño escritorio de pino, rodeada por una montañas de libros viejos hasta que el ruido la sacó de sus tareas. Abrió el ventanal y allí, bajo el balcón, estaba aquel tipo, como los personajes de esas novelas del genio Shakespeare que tanto amaba. Sentimientos encontrados: lo correcto era volver dentro e ignorar la llamada del muchacho, pero su mente curiosa la atrapó en la trama del visitante.
- Os ruborizásteis en el mercado - su voz era burlona a la vez que atrayente.
- ¡Por supuesto que lo hice! ¡Soy una dama! - respondió acelerada.
- Pero no era castellano, ni francés o italiano… - El significado de esta sugerencia tomó forma en la mente de la muchacha como uno de sus mayores miedos.

La habían descubierto. Aquel don que mantenía en secreto desde su más tierna infancia: su mente traducía los textos de otros idiomas automáticamente, sin necesidad de estudiarlos previamente. Nunca sabría si era algo natural o fue el resultado de los ritos que su propio padre y su aquelarre practicaban en ella; nunca conocería el inicio de esa y otras habilidades. Socialmente, había urdido un complejo velo de mentiras basadas en su rol de hija perfecta para protegerse, pero aquel hombre podía ver a través de él.
Se sintió liberada y cayó en lo que sería el principio de su perdición. Las siguiente noches fueron un compendio de citas a oscuras en las que compartían conversaciones sobre autores internacionales, antiguos escritos e intereses variados. Él, como un improvisado tutor, le mostró los caminos más oscuros de su mente y los senderos inexplorados de sus cuerpos. Noches de derrotas y gloria, de someter y ser doblegado, de mostrarlo todo y ocultar nada. De aprendizaje contínuo. Todo ello provocó la fuga de la joven de su casa, de abandonar todo lo que conocía, de aprender nuevas artes y, finalmente, llegó el momento de su abrazo, dulce y salado, temido y deseado. Un adiós al papel de mujer dócil que pretendía y una bienvenida a su verdadero ser: al conocimiento, a la lujuria y al poder.

Paseos nocturnos. Relato de Joseline Mathieu, primogénita Tremere.

Mireya Harillo


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