La ira de Malaka - Málaga Nocturna

La ira de Malaka


Ilustración: ioriDesigner

El crepitar del fuego es lo único que rompe el silencio de la noche, que con su manto de estrellas cubre los montes de Malaka. Algunos animales nocturnos duermen, mientras otras  criaturas comienzan su día, dispuestas a cazar, y no son las únicas que se preparan esta noche.
Las voces de mujeres también rompen el silencio. Suenan bajas y graves, la furia que empaña sus voces no arde tan fuerte como la hoguera que rodean. Ni siquiera los animales más curiosos se atreven a olisquear a su alrededor, su instinto les dice que es mejor no acercarse a una zona tan peligrosa.
Son muchas y están todas enfadadas, pero aún así esperan con paciencia a que todas sus hermanas estén presentes. Todavía falta una y no pueden empezar la reunión sin ella, lo que sí que pueden hacer es planear cómo van a abordar al malnacido que se le ocurrió tocar a una de ellas. Las ideas y fantasías sobre diversos y dolorosos castigos parece ser lo único que calma a la manada.
Podrían llevarlas a cabo, desde luego. Pero no pueden, no sin ella. Necesitan una guía, una voz que se alce por encima de todas las demás, que les enseñe el camino que van a recorrer juntas.
Pero por fin, aparece.
Una de las más jóvenes hijas del Pegaso, toma la iniciativa y llama la atención del resto de sus hermanas, pidiendo silencio. Alrededor del fuego se reúnen varias figuras femeninas, que escuchan con expectación el crujido de unos pasos acercándose cada vez más. Durante unos instantes, silencio.
El crujir de las ramas y hojarasca es la música que precede a su llegada. Entre las sombras se percibe su silueta, que se mueve ágil entre los árboles y arbustos. Por fin, entra en escena, con los pies descalzos y ataviada con una túnica sobria de colores oscuros, el resplandor de la hoguera marca sus rasgos adultos, decorados con pintura que parece que nada tiene que ver con su estética. Es pintura de guerra.
Camina con calma, pero a cada paso que da se estremece y enmudece el monte por completo. Mira a sus hermanas, que la contemplan en círculo.
- Hermanas, gracias por acudir a mi llamada-es lo primero que dice, llevándose una mano al pecho-. Muchas sabréis por qué estamos aquí, pero otras no. Yo os lo explicaré.
>>Hace siglos que llegamos a estas tierras, limpias y puras, sin rastro alguno de corrupción. Selene guió nuestras naves, y el viento susurró sus palabras. Cuando pusimos un pie aquí, nos encomendaron la misión de proteger y guardar ese sitio. ¿Quién nos lo ordenó?
- ¡Gaia! -exclama una de las mujeres tras un breve silencio, las demás corean.
- Y por Gaia nos quedamos e hicimos suyas estas tierras-continúa relatando, se vuelve a hacer el silencio entre las mujeres-. Durante mucho tiempo no ha habido criatura que se haya atrevido a hacernos frente sin acabar sus últimos momentos en agonía. Somos la furia de Gaia, de nuestra madre. Y hoy una de sus hijas, una de nuestras hermanas, ha sido dañada, ¿vamos a permitirlo?
- ¡Jamás! ¡No! ¡Nunca!-exclaman algunas, llenas de ira.
- ¡Nosotras no somos plañideras, somos guerreras y vengamos cualquier ofensa que osen hacernos!-exclama, alentando el fuego de los espíritus de sus hermanas-. Gaia no debería necesitar a sus Furias, y sin embargo es así. Esta noche más que nunca, la oscuridad está consumiendo nuestro territorio y se ha llevado a una hermana, ¡si cree que nos vamos a quedar quietas, está muy equivocado!
Las mujeres empiezan a aclamar y vitorear sus palabras, golpean y pisotean el suelo, hacen chocar sus armas, se dedican palabras de ánimo y de rabia las unas a las otras. Algunas se abrazan con fuerza, sabedoras de que quizás no regresen del sitio al que van pero no hay miedo ni arrepentimiento en sus miradas. Es su deber, como guerreras de Gaia y hermanas, combatir y resistir hasta que no puedan más. Confían en sus otras hermanas, las que se quedan en casa para contar su historia y tradición, saben que el nombre de las Furias Negras de Malaka no caerán en el olvido.
- ¡Hermanas!-llama de nuevo su Alfa-. Si caemos, caeremos por la Madre. Si nuestra sangre corre, que sirva para limpiar esta noble tierra de criaturas infestas. Si no volvemos, que nuestros aullidos resuenen en las canciones y que acompañen a nuestros hermanos hasta la última batalla. ¡Por Gaia!
- ¡Por Gaia!-gritan todas.
Y un coro de aullidos rompe por completo el aire de la noche, que ya no huele a tierra y a quietud, huele a sangre, a ira, a venganza. Y, sobre todo, a furia.

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