¿No fue Dios quién lo creó todo? - Málaga Nocturna

¿No fue Dios quién lo creó todo?

Viñeta de “El paseo de los canadienses” de Carlos Guijarro



— Pero no lo entiendo— interrumpió el niño—. ¿No fue Dios quién lo creó todo?

El hombre rió. Se arrebujó en su abrigo ajado y encogió los hombros de manera enigmática.

— Quizá. Yo solo te estoy contando un cuento, hijo—respondió. Detuvo su marcha y con él la del niño—. Déjame que te coloque bien esto...—abrochó un par de botones del abrigo hasta taparle el mentón.  La prenda era varias tallas más grandes que el niño, le llegaba hasta las rodillas y las mangas estaban dobladas varias veces para que pudiese asomar con comodidad la manitas enguantadas, aunque a través de algún que otro agujero se podían ver la piel de los dedos. Su padre se quitó el gorro parcheado y se lo colocó al pequeño, no podía dejar que el frío húmedo calase en sus huesos.

A su alrededor la gente los esquivaba mientras deambulaba en la oscuridad, iluminando el camino con farolillos. En la oscuridad y la quietud solo se podía escuchar el arrastrar de miles de pies moviéndose una sola dirección, como si fuese una riada. El padre y el hijo retomaron la marcha de pies arrastrados y sollozos en la oscuridad. A lo lejos se podían escuchar el llanto de un bebé recién nacido, más lejos aún el ruido sordo de un cuerpo desplomándose por el cansancio, que provocó pausas en la marcha. Aún así, se podía escuchar el avance, lento, pero sin pausa, como hormiguitas.

— En este cuento hay una Madre que dio a luz la vida—prosiguió su padre—. Pero la vida solo sabía crear y crear, sin parar, miles de millones de criaturas y de seres que nacían y evolucionaban demasiado rápido. ¿Te lo imaginas? Por eso la Madre creó a una Araña que se dedicó a ordenar con sus hilos y redes todas las criaturas que la vida creaba. Pero seguía habiendo demasiadas creaciones, por eso la Madre creó lo que necesitaba en ese momento…

— ¿Un domador?—interrumpió el niño. Su padre comenzó a reír, era una risa tosca y muy ronca que le provocó una profunda tos que le agarraba el pecho con fuerza. Se golpeó un par de veces hasta que la tos remitió.

— No, bobo, creó el equilibrio. Una gran Serpiente que devoraba aquello que no debía estar ahí, que hacía que las cosas se mantuviesen en un buen equilibrio. Pero la Serpiente enloqueció  y comenzó a comer y a comer sin llegar nunca a saciarse, así que la Madre tuvo que pedirle a su hija la Araña que tejiese una cárcel con sus redes.

— ¿Y así se curó?

— No. El remedio fue peor que la enfermedad y la Serpiente se liberó, más enloquecida que nunca, y comenzó a devorar todo lo que se encontraba a su paso, incluso intentó devorar a su propia madre. Por eso la Madre reunió fuerzas para crear a sus guerreros.

— ¿Como los soldados de la guerra, padre?

El rostro del hombre se ensombreció y negó con la cabeza. Miró a su alrededor, los estragos de la guerra, civiles que abandonaban sus hogares, que metieron toda su casa en una maleta y se lanzaba al camino sin mirar atrás. Vio todas esas caras grises, fruncidas por la adversidad y el frío, pero que aún así miraban hacia delante, esperanzadas con encontrar un buen refugio en Almería. Agarró con fuerza el petate que llevaba al hombro, ellos nunca tuvieron mucho y tuvieron que dejar atrás gran parte de lo poco que tenían porque tenían que salir con urgencia, en apenas cinco minutos el hombre pudo empaquetar lo indispensable para un viaje que sería solo de ida. Quedarse en Málaga era esperar a la muerte.

— Dicen que los nacionales se están acercando...—murmuraban unos hombres que pasaron por su lado.

Cogió de la mano a su hijo y apretó el paso, desoyendo las quejas de pequeño. Sentía algo hervir en su interior, que arañaba y pugnaba por salir, el ambiente estaba cargado a pesar de estar al aire libre, se encontraba rodeado de gente ceniza, cuya única luz era la de los farolillos que portaban para alumbrar el camino. Casi podía escuchar la Serpiente arrastrarse entre sus pies, alimentándose de sus almas. Gruñó.

—¡Papá!—su hijo interrumpió su hilo de pensamiento con su queja. Lo miró. Estaba sucio, descalzo, con ropa vieja que no era de su talla siquiera, con sueño y con hambre. Suspiró y lo cogió en brazos, debían continuar la marcha. Debía dejar de pensar en Málaga y en lo que allí dejaban… Los suyos estarían bien, entre todos decidieron que él debía marchar con su hijo, para poner a salvo su legado.

— No eran ese tipo de soldados, hijo—prosiguió con su relato, susurrándoselo al oído mientras caminaba sin detenerse—. Estos guerreros juraron proteger a la Madre lo mejor que sabían. Creó al Halcón, al Ciervo, al Trueno y a otros muchos, como la Rata, la más despreciada de todas. Cada uno cumplía su función: unos protegían a la humanidad, otros le tenían trampas con sigilo a la Serpiente. Pero la Rata podía hacer algo que nadie más podía—miró atrás durante un segundo. Contempló las columnas de humo que emergían de lo que hace apenas unas horas era Málaga. Vio las luces de las casas apagándose poco a poco, mientras una gran nube negra se ceñía sobre ellos. El aire comenzó a traer el ruido de los motores, entre las nubes percibió la sombra de la muerte—. Era capaz de vivir con  la Serpiente sin enloquecer, esperar al momento oportuno y entonces degollarla. Porque la Rata por muy sucia y asquerosa que pueda parecer, sigue siendo un soldado.

Sus ojos brillaron en la oscuridad, cargados de rabia, mientras contemplaba como la primera bomba impactaba sobre el asfalto de la carretera de Málaga-Almería.

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